LAMENTO DE LOS DEMONIOS POR LAS ORACIONES DE MANUELA EN LA MADRUGADA

Déjame decirte, amada mía,
que he flotado en las alturas del engaño,
donde un sueño es solo un eco del alma perdida,
y en los labios del viento se escurre el desengaño.

Vendía, vendía, vendía…
cosas de frascos y etiquetas coloridas,
perfumes de olvido, píldoras frías,
luces en cápsulas, porros, cigarros, polvo y pipas que apagaban la vida.

Venían a mí buscando respuestas,
sedientos de sombras, ansiosos de vuelo,
y yo les decía:
¿Qué clase de abismo desean en su cielo?

Súbete al avión de alas violetas,
viaja sin rumbo, sin miedo ni norte,
pero no preguntes cuándo regreso,
pues el regreso es un puente sin soporte.

Y cuando caí,
no fueron piedras ni espinas,
ni golpes de puño los que quebraron mi ser,
fueron las palabras, las lenguas hirientes,
los nombres que escupen para hacerme caer.

Mira bien la escena,
¿entiendes la llama?
Yo, el adversario ex-portador de la luz soy el fuego,
y tú, repositorio de infinitos poderes, origen del regalo de Dios al Género Humano, eres la flama.

Te gusta el brillo,
te gusta el oro,
pronuncia mis nombres,
y quiebra mis hombros.

Y entonces la noche avanza silente,
las agujas giran al filo del alba,
y los velos oscuros del mundo presente
se rasgan en furia, en ansia, en desgracia.

Las puertas del Hades abren su boca,
demoniacas sombras reptan en danza,
y alzan su voz, con lengua de escarcha,
susurran ofertas de vil confianza:

— Oh, Manuela, por esta jornada
guarda tus rezos, no hagas plegarias,
deja el Rosario en su cuna callada,
y no invoques los Angeles de Cielgo ni las llamas sagradas.

No más Viacrucis, no más cadenas
que hieren las sombras y queman sus venas.
No más las treinta y tres letanías,
que rompen los lazos de nuestra agonía.

Mas ella, firme como la roca,
ríe sin miedo, sin titubeo,
sabe que truene, relampaguee,
su alma es templo del Dios verdadero.

Así que cuando el reloj susurra la una,
cuando el cielo tiembla y la tierra calla,
ella se postra y prende la luz,
con sus palabras que son como espadas.

Y los demonios, vencidos y rotos por San Miguel y sus Angeles,
huyen de prisa, una vez mas, de vuelta a su abismo,
porque un alma que ora con fe y con fuego
es un reino eterno donde Dios mismo, Padre, Hijo y Espiritu Santo ha dicho:
— Yo soy el Dueño.